jueves, 1 de agosto de 2013

Culpa y confesión, desde la barrera de los Pirineos

Una vez más, el mundillo ciclista vuelve a mostrar una división cuya frontera podría quedar en los Pirineos, geográfica o sociológicamente hablando. Mientras que en la Europa continental no comprenden que los españoles ‘señalados’ en actuaciones como la OP o simplemente en la ‘lista negra’ del Senado francés no reconozcan sus presuntas actuaciones, en España lo que no se entienden son confesiones tan abiertas y a deshora como la de Eric Zabel, que de buenas a primeras cambia sus dopajes esporádicos por el reconocimiento de una vida llena de mentiras y de engaños en el pasado… que le ha llevado a despedirse de buena parte de sus cargos en el presente.

Obviamente, esa culpa que te atormenta, que no te deja vivir, puede ser siempre entendida como la razón fundamental de la confesión, en esta situación o en cualquiera otra similar. Pero en estos casos, hay algo más, ya que el reconocimiento del ‘pecado’ conlleva una catarsis, absolutamente necesaria, para el reinicio de una nueva etapa. E incluso beneficiosa –a medio plazo- para el afectado. No sé si será el caso del ciclismo.

Eso sí, como dije hace unos días, no termino de entender que estas declaraciones del pasado sean tan necesarias para sentar las bases del futuro del ciclismo como deporte.

¿Y aquí, qué? ¿Por qué no sucede lo mismo en España?

Llevo todo el día reflexionando sobre el tema –o haciéndome una paja mental, en román paladino- y no termino de encontrar razones lo suficientemente sólidas para como para dar por cerrado este ‘debate’ con unas conclusiones asumibles en uno u otro sentido. Por ello, también he recurrido a Fran Reyes, posiblemente el periodista español especializado más interesado en estos aspectos psicológicos de la actualidad, para que me ayude en este entuerto, quien me comenta, a modo de introducción que “el ciclista español no confiesa su dopaje por no complicar su vida ni la de los que le rodean”.

La situación más radical –pero no la más extraña, aunque principalmente en otros ámbitos de la vida social- es la de aquellos que consideran que están por encima del bien y del mal. Que por mucho que los señalen con pruebas más o menos concluyentes, recurren a la negación absoluta, amparados por su posición. Lo estamos viviendo estos días –y semanas, y meses- con nuestro presidente del Gobierno, aunque Reyes me especifica que “más que una posición de dominio, desde arriba, la fortaleza del pelotón en silencio es la que ampara esta actuación. Contrariamente a otros países o incluso el entorno global, donde se hace leña a gusto de los árboles caídos o sin caer, en España no está bien visto ni criticar a los compañeros, ni a sus actos, ni las confesiones”. Cuestión, pues, más de cantidad que de calidad.

Una segunda razón que he buscado podría resumirse como la insuficiencia –subjetiva- de pruebas, y que también es bastante común en el mundo de la política española. En este mundo del ciclismo, lo he visto reflejado en ese típico y tópico, “pero si nunca ha dado positivo en un control”. Para mi colega, “el dopaje es un problema ético que no se asume. Solamente cuando se demuestra una mala praxis, unos hechos. Pero si no se producen, si no se demuestran, no soy culpable de nada”. De ahí que se esté cuestionando el pasaporte biológico como método que ratifica esos hechos, aunque no sea un momento concreto. Pero, por otro lado, tampoco hay que llegar al extremo contrario, que cualquier declaración –sin unas mínimas garantías- sea ya una prueba irrefutable de dopaje. Y el ejemplo del Senado francés, con un castigo moral mucho más grave que cualquier sanción deportiva, no es el mejor.

Un tercer punto a tener en cuenta es la comparación social, temporal o espacial entre el momento de cometer ese ‘presunto’ dopaje y el de reconocerlo abiertamente, muchos años después. “Confesar el dopaje supone una reflexión dolorosa. Dada la concepción que tenemos del dopaje, recurrir a él es una ignominia y admitirlo una vergüenza. Ante la dureza de una exposición ante el exogrupo-público que le ponga en el disparadero, para el ciclista es más fácil refugiarse en la intimidad del endogrupo-pelotón donde el dopaje en su día estaba admitido y hoy se observa con recelo de puertas hacia dentro y silencio de puertas hacia fuera”, me indica Reyes. Es más, muchos consideran que el tema está tan asumido de forma global que es innecesario cualquier profundización particular.

Muy ligado a este aspecto, encontramos la vinculación del ciclista con su grupo de referencia, lo que algunos han llamado ‘omertá’ o ley del silencio. “La confesión tiene implicaciones para las personas que rodearon o rodean al corredor durante su carrera deportiva. Las estrechas y casi familiares relaciones que se desarrollan dentro de un equipo ciclista son un elemento disuasorio: el corredor no quiere realizar unas declaraciones que perjudiquen a su antiguo director, masajista o compañero, porque son amigos a los que se debe guardar lealtad aunque les hayan inducido a cometer lo que ellos consideran prácticamente un pecado. Y no tiene por qué ser una coacción: es un acto de lealtad”.

Y una quinta y última posible argumentación es, obviamente, la defensa del ‘status quo’ personal, el tener mucho que perder y nada que ganar con la confesión, algo que, hoy por hoy, es inapelable, al menos en este país. Por eso hablaba de que –desde la perspectiva de la lucha global y no del castigo individual- quizás sería mejor la confesión anónima que la culpabilidad pública. De hecho, es la práctica habitual para la Iglesia, que tanto ha invadido nuestra cultura y nuestra sociedad.

En fin, no le demos más vueltas. O si, pero ya os lo dejo en vuestras manos, que vuestras opiniones serán valoradas y agradecidas.


4 comentarios:

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    1. Veo que el calor te ha reblandecido aún más el seso. Ojalá siga esta ola y te remate del todo tu capacidad de decir bobadas.

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  2. Interesante apostilla de Javier Cepedano, en Twitter, que os tralado aquí: "En España el fracaso está peor visto que en otros países. Un dopado es un fracasado, un tramposo"

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  3. Buenas reflexiones Fran y Luis, pero permitidme que añada una sexta causa: la teoría de la multa de Tráfico. Los conductores españoles tienen el convencimiento de que cuando les ponen una multa no es por haber infringido una norma, sino por la mala suerte de que los han pillado, al ser pocos los controles y aleatorios. Es decir, han sido los que han pagado el pato, por tontos. Con los positivos sucede tres cuartos de lo mismo: pillan al tonto, no al malo. Gracias por dejarme añadirlo.

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