viernes, 12 de abril de 2013

Brindemos con una Amstel por el éxito de una clásica


Su origen no es tan político-periodístico como el de la ‘Ronde’, al que ya me referí hace unas semanas, ni tampoco ligado a la promoción que quiso hacer Theodore Vienne de sus industrias y su velódromo con una carrera que uniese la céntrica París con la olvidada Roubaix.

Nació en 1966 simplemente como un proyecto de dos holandeses, Ton Vissers y Herman Krott -en la imagen-, vinculados al ciclismo como organizadores de pruebas menores y gestores de equipos deportivos, que crearon una empresa llamada Inter Sport para organizar, a lo grande, una carrera que transcurriera por todo el país, con el rimbombante nombre de Amstel Gold Race, y no vinculado al río holandés sino a la empresa cervecera, que apoyó la idea desde el principio… quizá porque Krott era comercial en esta firma, lo que posiblemente le abrió las puertas de este patrocinio

Una prueba que se iba a disputar el día de la fiesta nacional holandesa uniendo Ámsterdam con Maastricht, sobre 280 kilómetros. Pero los inicios no fueron precisamente halagüeños, y se relatan de forma interesante en la versión inglesa de Wikipedia sobre la carrera. Básicamente se dieron cuenta de que, al trazar el recorrido, se iban a ir muy por encima del kilometraje previsto, por lo que se vieron obligados a cambiar el trazado, pensando en Rotterdam como inicio alternativo… que se vieron tuvieron que descartar al no tener permiso para utilizar el puente que daba salida de la ciudad.

Al final, desde Breda hasta Meersen… aunque protestas sociales de carácter hippy-anarquista, por un lado, y de carácter monárquico-nacionalista, por otro, en desacuerdo con que la princesa Beatriz de casara con un alemán, estuvieron a punto de frustrar el nacimiento de la clásica, aunque se salvó in extremis, justo cuando se iba a dar una rueda de prensa para anularla. Eso sí, seguro que los organizadores brindaron con una Amstel al término de aquella primera edición, que tuvo como vencedor a un ciclista irrepetible como Jean Stablinski, campeón cuando se le exigía, pero gregario excepcional si se le necesitaba.

En este casi medio siglo de vida, la Amstel ha tenido numerosas vicisitudes, principalmente referidas a su recorrido, hasta que quedó definitivamente dibujado en la provincia de Limburgo, la más ciclista de todo el país, en ese apéndice holandés que penetra en Bélgica y que fue protagonista del pasado Campeonato del Mundo. Eso sí, Amstel ha sido siempre un fiel patrocinador de la prueba, demostrando que cerveza y ciclismo casan muy bien. Por cierto, Inter Sport abandonó muy pronto la organización de la clásica, aunque Krott –que falleció en 2010- continuó algunos años más en solitario y siempre como alma de la prueba,  ahora en manos del ex profesional Leo Van Vliet.

Deportivamente se ha consolidado como una de las grandes clásicas de primavera, con un palmarés de excepción en el que se destaca el nombre del holandés Jan Raas, quíntuple vencedor, lo que le valió a la prueba el sobrenombre de Amstel Gold Raas. Desde 1989 está integrada en la Copa del Mundo y en el UCI WorldTour, primero como remate de las pruebas de las Ardenas; desde hace algunos años, como lógica transición entre las clásicas de los pavés a las de las cotas. Pero si algo distingue a la prueba limburguesa es ser la más pestosa de todo el supercalendario internacional, no sólo por las cotas que jalonan el recorrido –hasta 33 en esta edición- sino por los continuos cambios de carreteras, en su mayor parte muy estrechas, con un sinfín de cruces y giros que aburren al más pintado.

Pero lo que realmente marcaba el desarrollo de la prueba es el Cauberg, el mítico repecho en el que finalizaba la prueba desde 2003, lo que reducía bastante los posibles desenlaces finales… aunque Oscar Freire estuvo a punto de hacernos soñar el año pasado con un inesperado pero bien trazado ataque a falta de una decena de kilómetros. Por ello, el cambio en la línea de meta, tomando como referencia el último Mundial, ha sido acogido muy favorablemente por casi todos, a tenor de que abre –y mucho- las opciones tácticas de cara al desenlace de la prueba. La llegada tampoco será exactamente la de septiembre, ya que entonces estaba en un descampado para favorecer la colocación de las megaestructuras del evento; ahora está un poco más lejos, 1.800 metros después de haber coronado el Cauberg, en la ‘pedanía’ de Berg en Terblijt, más o menos donde acabó el Europeo de 2006.

El recuerdo del Mundial se acrecentará porque también ha cambiado la parte final, afrontando antes de esa subida definitiva las dos cotas que se transitaron entonces, Geulhemmerberg - 1.000 metros al 6%- y Bemelerberg - 1.200 metros al 4,1%-, pero no deberíamos olvidarnos de que aquel día el viento fue un molesto invitado, y que el desenlace no fue el mejor para la escuadra nacional… a pesar de la medalla de Valverde. Quizá entonces comprendimos por qué no hay todavía ningún español en el palmarés de la prueba. Ojalá se pueda brindar –con una Amstel- el próximo domingo porque esto haya cambiado.

PS: Por cierto, muy cerca de la base del Cauberg, en Valkemburg, está el impresionante Amstel Gold Race Experience, un lugar difícil de definir y catalogar, entre bar, museo y biblioteca, pero imprescindible si te gusta el ciclismo, y en donde la UCI ubicó su centro de acreditaciones en los pasados Campeonatos del Mundo.

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