jueves, 28 de junio de 2012

¡Gracias por meteros donde os metisteis!

Solamente leyendo el AS esta mañana caía en la cuenta de que este va a ser el trigésimo Tour de Francia para Eusebio Unzue, que empezó al frente de esa estructura que comenzó modestamente como Reynolds –como segundo de ese referente que fue y siempre será José Miguel Echávarri- y ha llegado hasta el potente Movistar, con el que aspira a todo en la presente edición.

Pero no quiero analizar esas tres décadas de éxitos, sino referirme a la importancia que tuvo en su momento –y que no pudimos apreciar en su justo valor hasta algún tiempo después- la decisión de Echavarri de tomar la salida en la ‘grande bouclé’. Algo que entonces era bastante más sencillo que ahora, ya que no existían ni ProTours ni tanta demanda: de hecho solo salieron 14 escuadras. Es más, de los cinco conjuntos nacionales existentes por aquel entonces, sólo la escuadra navarra se interesó por participar.

Habría que remontarse a comienzos de la década de los setenta cuando España era protagonista en la ronda gala, principalmente con Luis Ocaña, el mejor ciclista español de la historia hasta la llegada de Miguel Indurain –y en algunos aspectos, sinceramente pienso que superior al de Villava-, al que solo la mala suerte y Eddy Merckx le impidieron alcanzar un palmarés de superestrella. Junto al de Priego, los José Manuel Fuente, Pedro Torres, Vicente López Carril, Gonzalo Aja, Miguel Mari Lasa, Txomin Perurena o Paco Galdos, que poco a poco fueron desapareciendo sin que surgieran nuevas figuras –la llamada generación perdida de los Enrique Martínez Heredia, José Luis Viejo Julián Andiano o José Nazábal- que tomase la alternativa en el Tour.

En 1977, Galdos rozó el podio, y un año más tarde, en el debut de Bernard Hinault, acababa séptimo. Pero era una gota de agua en el desierto. El mítico Kas no era ni la sombra de lo que fue y cambió en 1979 su filiación y su estructura a Bélgica, donde se extinguió con más pena que gloria. Teka era un equipo errático –mezcla de veteranos en decadencia y jóvenes como Alberto Fernández o los hermanos Lejarreta que no terminaron de explotar en la medida de lo que debieron- y Kelme –a pesar de contar con realidades como Belda o Juan Fernández- pasó muchísimas penalidades en la ronda gala en aquel cuatrienio que fueron desde 1979 hasta 1982. Años en los que no se ganó ni una sola etapa y en la que ninguno de los nuestros entró ¡entre los quince mejores! hasta que llegó ese décimo puesto de ‘Galletuca’ el año anterior.

¡Pero donde os metéis!, cuenta hoy Unzué que les dijeron en aquel 1983. Teka y Kelme, hartos de varapalos, ni se plantearon acudir; Zor, con los Fernández, Rupérez o Pedro Muñoz, tampoco, aunque en su descargo podríamos decir que se exhibió en el Giro de Italia. Y Marino Lejarreta comenzaba su dorado exilio transalpino sin querer saber nada de Francia hasta algunos años después. Pues bien, en aquel Tour del cambio, el de la agónica defensa del amarillo de Pascal Simon –cinco días con fractura de clavícula hasta que dijo adiós- y de la aparición del entonces aún poco soberbio Laurent Fignon, Ángel Arroyo y Perico Delgado –tanto monta, monta tanto- nos hicieron soñar con la gloria. Y aunque el segoviano se dejó la general en aquella histórica pájara camino de Morzine, el abulense subió hasta la segunda plaza del podio en una histórica contrarreloj en Dijon… que seguí, por televisión, entre alucinado y exhultante, en un bar de Talavera.

Es necesaria la perspectiva de aquellos años para que podemos comprender la importancia que tuvo para el ciclismo español aquella decisión, que luego imitarían todos y cada uno de los conjuntos nacionales –incluyendo Kelme, Teka y Zor, por supuesto- para darnos treinta años de protagonismo en el Tour de Francia.

Y por supuesto decir, ¡gracias por meteros donde os metisteis!

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